Cosas que odiamos hacer en Navidad pero que haremos otro año más
La Navidad suscita opiniones a favor y en contra pero incluso quien tiende al optimismo más extremo ha de admitir que ciertas tradiciones (antiquísimas o de más reciente creación) resultan exasperantes: aguantar la embriaguez del compañero/a de trabajo en la comida/cena de empresa, el amigo invisible, las discusiones familiares en los diferentes convites, la ropa interior roja (¡noooooo!) y un largo etcétera que resumimos en esta galería. Veamos.
Una tradición navideña imposible de eludir. Están los momentos de pasarlo mal en la comida o cena de empresa: cuando te sientan al lado de la personas que más odias en tu oficina, la mencionada melopea del compañero o compañera de trabajo que nos pone la cabeza como un bombo... Y luego está cuando TÚ haces el ridículo empujado por la euforia ambiental: mencionemos, por ejemplo, esa conga ejecutada entre risas de la que al día siguiente, con la pertinente resaca, te arrepentirás mientras las observas en bucle una vez alguien ha compartido el vídeo en Facebook, Instagram y Twitter.
Nos juramos cada año que no lo volveremos a hacer y caemos en la trampa: siempre hay algún regalo que adquirimos en el tiempo de descuento y, generalmente, en un estado de desesperación que nos lleva a gastar demasiado dinero en un obsequio absurdo o, simplemente, a equivocarnos y provocar la frustración de quien recibe el presente.
La tradición es prometernos cada año que no abusaremos de polvorones, turrón y el largo etcétera de manjares propios de estas fechas y luego deglutir sin moderación tales productos. Y en el nuevo año, a apuntarnos al gimnasio.
Puede ser cuñado o cuñada pero también alguna tía o primo lejano. Prometemos solemnemente que no se repetirá lo del año pasado y que no abordaremos la cuestión política, lo de Cataluña, el mejor destino de vacaciones para el verano que viene o cualquier otro tema en el que pueda suscitarse la más mínima polémica. Lo prometemos y lo incumplimos: siempre hay bronca.
Pero ¿qué hace la tele puesta si nadie está viendo el discurso del Rey? La pregunta de cada año. Luego la televisión se apaga y comienza el turno de los villancicos con acompañamiento de llave rascando la botella de anís.
"Este año se acabó la tradición de las uvas" nos decimos, hasta el gorro de atragantarnos y de llenarnos la boca de una fruta que llega cuando ya estamos en pleno empacho de comer y beber. Se acabó pero otro año que, al final, nos lanzamos a ello con desastrosas consecuencias. La tradición pesa.
Lo odiamos en sí, como concepto, no arregla las cosas regalar a una sola persona que, además, te ha tocado al azar y (tal vez) ni siquieras conoces bien o te cae fatal. Y cada Navidad, otra vez con lo mismo: ¿hacemos un "amigo invisible"? Tú regalas un jersey feo y a ti te regalan una colonia que huele de modo pestilente. Todas contentas.
Cada vez es más habitual que el día de Navidad o Nochevieja se salga a tomar algo con las amistades antes de disfrutar (o lo que sea) de la cena en familia. La precelebración suele provocar digestión pesada, exceso de alcohol y un estado lamentable cuando llegamos al encuentro familiar que culminará la jornada.
Porque el prójimo somos también nosotras y nosotros. Así que, aunque acabar la fiesta con nuestra mejor amiga o amigo dormitando en el hombro sea una pesadez, volveremos a hacerlo sin quejarnos... demasiado.
La cara que se te queda al percatarte de que vas a apechugar con el regalo más feo que jamás has recibido porque (oh, sorpresa) perdiste el ticket un año más y no podrás cambiarlo.
Bien por emular a los ángeles de Victoria's Secret o porque la tradición anglosajona ya es tan nuestra como la de las uvas, toca (otro año más) colocarnos ropa interior de color rojo y (como viene siendo tradicional) comprar las braguitas o calzoncillos a última hora y en la tienda menos recomendable, lo cual nos provocará sarpullidos y sudores por la mala calidad de la tela.
Venga, va, lo que te regalen bien estará. Ojalá cumpliéramos este precepto porque, al final, siempre acabamos cayendo en la decepción.
Salir de juerga es lo que nos pediría el cuerpo. Pero no. Toca jugar al bingo o al Monopoly en familia, que para eso es Navidad.
Porque el resultado de tanta compra de lotería no es la escena feliz que ilustra este punto sino más bien esa melancolía de quien, como mucho, va a disfrutar de la socorrida pedrea. Pero ¿y si toca en el bar donde tomas café y eres el único que no compró?
Querer pasar por un Santa Claus adorable y acabar asustando a niñas y niños como el Bad Santa de Billy Bob Thornton.
(Foto: Dimension Films)
Luego te arrepientes porque el cansancio se acumula y tu organismo clama por un momento de descanso pero ¿cómo decir no a la copa de la gente del gimnasio, a la de los ex compis de cole, a la reunión de la facultad, a los de la peña del pueblo...?
En un momento u otro acabamos cansándonos de la Navidad. Y llega entonces el ritual navideño que también se repite cada año: poner a caer de un burro estas entrañables fiestas.
Bueno, estamos exagerando. No hasta agosto. Hasta el mes de julio.
Admitamos también que (ejem) todo lo anterior forma parte del encanto de la Navidad y lo odiamos tanto como, muy en el fondo, lo amamos. ¡Felices fiestas!